Érase
una vez un cono
Que
indignado se mostró
Porque
un cilindro insultó
En
desafiante tono.
Quiso
terciar una esfera
Para
el orden imponer.
Era
cuestión de querer
Y
que el cilindro cediera,
Disculpándose
ante el cono
Que
aún se encontraba agraviado,
Ofendido
y humillado,
Siendo
álgido su encono.
La
esfera, amplia de miras,
Al
cono le preguntó
Que
fue lo que provocó
Su
desaforada ira.
Y
este le respondió
Que
el cilindro con dos bases
Se
creía con más clase
Creyendo
ser superior.
Le
dijo, desagradable,
Que
si el vértice apoyaba,
Seguro
que demostraba
Un
equilibrio inestable.
Y
al cono le insistía
Que
en el vértice apoyado
Estaba
desequilibrado
Y
por los suelos caía.
Mas
la esfera carecía
De
vértices y de bases,
Les
dijo de hacer las paces
Pues
dos razones había.
Entre
los tres existía
Un
vínculo familiar
Y
es que podían rodar,
Cosa
que otros no hacían.
|
A
pesar de la belleza
Y
a pesar de los pesares
Los
poliedros regulares
No
hacían esa proeza.
Y
aquellos tres artistas
Se
pusieron muy contentos
Porque
eran elementos
Que
no tenían aristas.
Y
al indagar en su esencia,
En
su área y su volumen,
Su
alegría llegó al culmen,
Cuando
pi hizo presencia.
Porque
era el número pi
El
que a los tres concedía
Relevancia
en Geometría
Y
les daba pedigrí.
Y
los tres se fueron juntos
A
su universo euclideano,
Pues
casi eran hermanos
De
un mismo padre presunto,
Pues
su ADN contiene
Pi
para demostrar
Su
relación familiar
Y
que el mismo origen tienen.
|
José M. Ramos. Pontevedra, 20 marzo 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario